Por Esther Ramírez Matos, psicóloga perinatal y terapeuta sistémica
Recuerdo el día en el que, con mi bebé de casi un mes en la sala de espera de neonatos, pensé por primera vez en el concepto del puerperio. Me habían avisado de que la siguiente visita sería con pediatría normal y que yo en unos días acabaría mi posparto. De repente, con mi útero terminando de sangrar y mis pechos agrietados, ahí estaba yo, una mujer a punto de dejar de ser puérpera. Me pareció tan ridículo que me dió la risa, esa flojera de cuerpo propia de no dormir más de dos horas seguidas en varias semanas, la carcajada que al momento da paso a un llanto incontrolable, y es que dentro de mí reinaba una feria de hormonas de las que generan emociones difíciles de encauzar.
Al parecer, según las definiciones más actualizadas, el posparto de la mujer acaba cuando tras terminar la cuarentena, su cuerpo vuelve al estado ordinario anterior a la gestación (RAE, 2019). Volver al estado anterior suena sencillo, sin embargo, es contradictorio con la realidad de las mujeres que atraviesan un embarazo y un parto, las cuales difícilmente pueden ser las mismas y estar como antes, y mucho menos a los 40 días después de parir. Y es que a nivel fisiológico sus cuerpos han atravesado un sinfín de transformaciones, algunas más evidentes que otras, y muchas se instalan en su ser para quedarse. Se sabe por ejemplo que el cuerpo de la madre alberga en su interior células del bebé que gestó y que son el resultado de la intercomunicación que se estableció entre ella y su criatura durante el embarazo. Este fenómeno es conocido como microquimerismos (Quirós y Arce, 2010) y da buena cuenta de cómo la transformación fisiológica en la madre es duradera.
Por otro lado, no podemos obviar que en el posparto o puerperio existe una realidad emocional cambiante en la mujer que ha gestado y parido de la que es necesario hablar por el protagonismo que tiene en ella durante este período. Y es que a nivel psíquico la mujer se transforma de una manera complicada de explicar con palabras, muchas madres hablan de la experiencia transcendental que es para ellas el haber creado vida y haberla parido, ahí es nada (Olza, 2018). Y después de ese huracán que todo lo cambia, cuando supuestamente estamos de vuelta a la «normalidad» tras esos 40 días, el mundo emocional se nos antoja más caótico que nunca, así pues aunque en esta cultura los medios de comunicación nos muestran mujeres impolutas y casi inmaculadas con sus hijos dormidos en brazos, la realidad que vivimos no corresponde con esta escena plastificada. No es extraño por ejemplo que la mujer puérpera sienta su alma distinta, quizá fragmentada en pedazos por lo que sucedió durante el parto, puede que empoderada por lo que fué capaz de hacer, pero en cualquier caso diferente a antes de atravesar esta experiencia de gran trascendencia en su vida.
Sea como fuere hay un cambio, la mujer se ha convertido en madre, es otra, grande, poderosa, nutricia, extraña, rota, agotada, triste y pletórica, puérpera. Además de todo esto, el campo emocional de la madre ya no es único, lleva fusionado con el de su bebé desde hace meses y tras el parto sucede el primer encuentro entre ellos, la diada conformada por la madre y su cría se reconoce por fin tras casi 10 meses de gestación y convivencia la una dentro de la otra, la una sustentando y nutriendo a la otra. Además, el pecho, sostén nutricional para el bebé, supondrá una continuación a la unión que se inició en el útero afianzando más aún esa fusión como si se prepararan para el viaje que emprenderán juntos y que durará alrededor de los tres años.
Ahora más que nunca se hace real esa mezcla de energías, esa extraña conexión a través de la cual la madre sabe lo que siente su bebé y éste a su vez es la persona que más la conoce precisamente porque nota en sí mismo lo que le está pasando a ella. Este fenómeno denominado fusión emocional es único y especial, sumerge a ambos en una burbuja de intensa conexión muy práctica para la supervivencia de la criatura y también la de la madre, pues cuanto más conectada esté a su bebé más sencillo se le tornará sobrevivir en la selva del puerperio.
Por lo tanto, y teniendo en cuenta lo anteriormente descrito, la definición de posparto actual resulta en cierto modo reduccionista y creemos que es importante reivindicar que el puerperio o posparto es una etapa que va más allá de los cuarenta días. Además, es un período no solamente caracterizado por lo fisiológico, sino por todo el movimiento emocional que supone convertirse en madre. Con esta mirada ampliada desde lo perinatal se hace necesaria una nueva definición de puerperio. Así podemos afirmar que se trata de una etapa en la vida de la mujer madre que va desde que ésta pare a su criatura y afianza la fusión emocional con ella, hasta que su bebé sale de su esfera emocional comenzando una experiencia vivencial más autónoma, generalmente este momento está influido por el destete fisiológico, el cual marca una clara diferenciación de la díada mamá bebé. Sin embargo, el compartir la misma esfera y por tanto permanecer en esta fusión emocional acontece también en madres que no dan el pecho o que su lactancia es más corta, puesto que es la madre el lugar seguro del bebé y su hábitat natural tal como nos recuerda el Dr. Nils Bergman, además existen otras maneras de afianzar el vínculo, tales como el porteo, el colecho, los masajes, estar piel con piel o sostener cerca al bebé la mayor parte del tiempo de tal manera que pareciera que seguimos gestándole, aun cuando ya nació. Es lo que conocemos por el nombre de exterogestación.
Así pues, ya que existe esta unión indisoluble durante más tiempo que lo que tarda en curarse la herida uterina responsable del sangrado tras el parto, las mujeres seguimos en posparto más allá de la cuarentena. Y es que nuestra criatura es una parte de nosotras aún, aunque haya terminado la unión física ya que perdura la energética, siendo uno a la vez que dos. Esta ampliación de la maravillosa y caótica etapa del posparto es sin duda predominantemente emocional, de ahí la nomenglatura que proponemos de puerperio emocional, para abarcar el período desde el fin de la cuarentena hasta la terminación de la fusión emocional, aproximadamente a los tres años, cuando las madres sienten realmente que sus hijos dejaron de ser los bebés que sostenían.
Esther Ramírez Matos es psicóloga perinatal y terapeuta sistémica
Participa como ponente en el Seminario Psicología del Posparto y en la Formación en Lactancia Materna y Salud Mental – II Edición
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